Se denomina así a la relación especial que establecen algunas personas con quienes las someten, la dominan y les inflingen un trato humillante. Se crea un vínculo emocional entre el agresor y el agredido, caracterizado por la dependencia afectiva de este último con respecto a su atacante. Este síndrome se ha comentado mucho en situaciones de secuestro, en casos de prisioneros de guerra liberados y miembros de sectas que se aíslan de sus familias y amigos. Pero se presenta también en otras relaciones en las que hay un agresor y un agredido. Es muy frecuente en niños maltratados por sus padres u otros familiares cercanos y en mujeres maltratadas que no logran romper el ciclo de la violencia.
Este tema me ha conmovido en estos días al conocer un caso ocurrido en España. Un profesor, Jesús Neira, acudió a auxiliar a una mujer que estaba siendo golpeada. Le solicitó al atacante que dejara de hacerlo, este le contestó que se metiera en sus asuntos. El profesor le dijo que en ese caso llamaría a la policía. Al darse vuelta fue atacado brutalmente por la espalda. Como resultado de ese golpe y las patadas que recibió en el suelo se mantiene internado en estado de coma desde hace varios días. La mujer que él trató de defender ha hecho declaraciones defendiendo a su agresor, según ella es un buen hombre que ha sido encarcelado injustamente. Ella considera que el responsable del grave estado en que se encuentra el profesor, es él mismo por inmiscuirse. El sujeto que está preso es adicto a las drogas y está acusado de varios delitos que creo involucran abuso sexual, violaciones y otras “bellezas”. Marcando el título de esta not puedes ver el video.
Ciertas condiciones facilitan la instalación del Síndrome de Estocolmo. No todas las personas abusadas sufren del síndrome, ciertas condiciones lo facilitan. Parece importante la cantidad de tiempo que la víctima ha sido sometida al maltrato. Creer que realmente el maltratador cumplirá sus amenaza (por lo tanto actuar habitualmente evitando el ataque). Considerar que es imposible escapar del atacante, alejarlo. Complica aún más la situación el hecho de que el agresor manifieste sentimientos positivos hacia la víctima, la conducta ambivalente la confunde aún más y puede terminar ayudándolo y protegiéndolo. La víctima se siente amenazada, cuánto más violento es el agresor, más temido y más fácil es someterse. Cualquier gesto positivo del agresor es vivido con gran alivio, y aunque sea insignificante refuerza el Síndrome de Estocolmo. Increíblemente el sólo hecho de no ser castigado o agredido le hace percibir a su habitual agresor como amable. Si el agresor narra situaciones conflictivas de su infancia puede llegar a despertar la compasión de su víctima.
Cualquier persona sumergida en esta situación debe buscar ayuda psicológica.
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