La dificultad de envejecer con dignidad
El aumento de la población de más de sesenta años ,en los
últimos años, es un hecho admitido por todos pero atendido por muy pocos.
Internet tiene ventajas y desventajas, pero no cabe duda que
en la red se reflejan los intereses de nuestra sociedad. Navegando he podido
apreciar que abundan páginas ofreciendo consejos a personas de cincuenta años. En
torno a esa edad se agita un gran mercado que estimula a ejercitarte, vestirte y peinarte
de determinada manera. Inclusive inducen a realizar algunos “arreglos” que
faciliten el rejuvenecimiento. Informan que si estás solo aún estás a tiempo de
buscar compañía, si estás acompañado, pero los hijos han emprendido su propio
camino, puedes regresara a esos proyectos que dejaste pendientes. Todo es posible
aún. Pero parece que el fin de la vida plena se presenta al pasar esa
barrera de los gloriosos y prometedores cincuenta. Pocos sitios se ocupan de
los sesenta años en adelante. Es más, parece que los de sesentones no existen. Después de pasar los cincuenta los comentarios y
consejos se dirigen a las personas mayores en general, uniformando sus
capacidades y potencial de interacción con el medio ambiente.
Según parece a los sesenta se atraviesa una barreta importante,
ya no piensas como a los cincuenta que puedes emprender tareas pendientes
porque no tienes la energía y debes concentrar la energía que te resta en sobrevivir. Esto lo deduzco porque todos los consejos orientan a una vida de cuidados,
práctica de ejercicios regulares pero moderados, dietas y prevención de enfermedades propias de la
vejez.
Se ha llamado tercera edad, a la última década de la vida, cuando ciertas
capacidades han disminuido, dando lugar a cambios físicos y emocionales. Pero
no todos los individuos envejecen de la misma forma y la expectativa de vida,
sobre todo de vida útil, se ha ido extendiendo. Por un lado los nuevos hábitos saludables
han permitido a las personas mantenerse activos, interactuando con su medio,
produciendo más allá de los setenta años. Por eso ahora se habla de una cuarta
edad.
La mayoría de las personas llegan a esta edad, lúcidos,
activos, interesados por el mundo que los rodea. Es una etapa formidable para
desarrollar actividades sociales, reunirse periódicamente con los amigos, utilizar
la experiencia para participar en grupos que trabajan en proyectos productivos
para la comunidad. Esta actitud permitirá superar mejor algunos contratiempos
de salud que puedan presentarse. Eso de inventarse limitaciones “porque no
estoy bien”, ya no está de moda.
Tener grupos para compartir proyectos, protege de la
depresión que suele afectar en esta etapa, depresión muchas veces motivada por
la forma en que son tratados por su entorno. Las personas de setenta son
invisibles, percibidos muchas veces como mercancía vencida, inclusive por
familiares. Y lógicamente resulta frustrante, es doloroso, saber que lo que tienes para
ofrecer no es necesitado.
A los setenta es más probable sufrir pérdida de amigos y
familiares, no solo por fallecimiento,
también por discapacidad. Personas con las que se han compartido experiencias
únicas, se van y se llevan parte de esos momentos compartidos.
A medida que transcurren los setenta disminuye la preocupación
por las arrugas y preocupa más no poder ubicar de inmediato el carro en un
estacionamiento. El fantasma más aterrador de esta generación tan informada, es el Alzheimer.
Pertenecemos a una generación que no tuvo los beneficios de
la generación pasada y tampoco de los que nos siguen. Nos tocó ser eficientes y
criar hijos no solo con afecto y autoridad, debimos cargar el manual de
psicología frente a los ojos. En esa época las deficiencias de los hijos se
atribuían a los padres (algunos hijos han hecho de esto una letanía para justificar sus desaciertos). Fuimos parte de una generación intermedia bastante
maltratada por los cambios. Nos casamos con las expectativas antiguas y nos
divorciamos a la moderna. Las mujeres salimos a trabajar atosigadas por los mayores y los
retrógrados, que nos querían regresar a la casa. Y no tuvimos la libertad de
los padres de hoy, que enseñan a sus hijos a respetar sus espacios y pueden
hacerlos responsables por sus acciones.
Los setenta, solos o acompañados, pueden ser muy buenos. Pero depende de nuestra actitud, porque estamos bastante solos para abordarlos , explorando un territorio desconocido, para nosotros y para los que nos rodean. Lo mejor es dejarnos guiar por un principio que nos ha permitido llegar hasta aquí con una cierta sonrisa, y es que en el fondo todo se resume en el propósito de vivir con dignidad.
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